Cook Art, Culture

Cuatro cenas en Nápoles, pizzas, anécdotas y un toque de limón


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Descubrir la pizza frita, los locales sencillos y abarrotados donde rodaron Sophia Loren o Julia Roberts y un par de rincones con encanto en Nápoles. Y todo, aliñado con un poquito de limón amalfitano. Hoy os cuento un estupendo paseo gastronómico que he hecho este verano, con sabor al sur de Italia

En Nápoles, patria de la pizza, he descubierto una modalidad de esta creación muy curiosa, la pizza frita, que a diferencia de la horneada, no se ha globalizado. Se montan de forma similar a las empanadas, llevan dos discos de masa y entre ellos un relleno de queso, panceta, pimiento y albahaca. Hija de la pobreza, nace también en Nápoles después de la segunda guerra mundial cuando las mujeres la preparaban y la vendían en la calle a buen precio, para ayudar a la economía familiar.

Este es uno de los episodios (Pizze a credito) del icónico film de Vittorio de Sica L’oro di Napoli, donde vemos a una pícara, sexy y poderosa Sophia Loren preparándolas junto a su marido en la calle de Materdei de la ciudad, un rincón popular de estrechas calles y ropa tendida próximo al magno museo arqueológico.

La trama también gira en torno a la pizza, ya que la bella y adúltera napolitana supuestamente pierde un valioso anillo entre la masa, aunque todos sabemos que se lo ha olvidado en casa de su guapo amante.

La pizzería donde trabaja se llama Da Sofia (cómo no) pero en realidad el rodaje se hizo en 1954 junto a la auténtica pizzería que existe en esa calle, la Pizzeria Starita, un local centenario que nació en 1901 como cantina, y más tarde se convirtió en trattoria-pizzeria siguiendo la tradición de la pizza napolitana. Ya lo regenta la cuarta generación de la misma familia, los Starita.

Giusseppe Starita fue quién enseño a la actriz los secretos de los fritos con harina, tal como muestra una imagen en el establecimiento. Su hijo Antonio, que entonces tenía 12 años, recuerda el rodaje y cuenta que Sofia era un encanto y que toda la troupe del film cenaba cada día en el local de la familia: De Sica, Totò, Paolo Stoppa, Silvana Magnano… «Para mí era como estar en el cine sin salir de casa».

Hoy en día el local, que, gracias al film, consiguió fama mundial, está lleno de referencias a la película. Por dentro, y por fuera. Las fotografías del rodaje conviven con artículos sobre el tema.

También se sienten orgullosos de su encuentro con el Papa Juan Pablo II en el 2000. Cuentan que crear una pizza frita es más difícil a nivel técnico que preparar una convencional. También resulta mucho más contundente. La probé, por supuesto, aunque personalmente me quedo con la humilde margarita, de mozzarella y tomate.

El impacto de L’oro di Napoli es tal en la ciudad, tantos años después, que todavía encontramos restaurantes que hacen alusión a alguno de sus relatos, como el que protagoniza el cómico Totò.

También hay pizzerías que juegan con el nombre Da Sofia o que colocan fotos de la Loren en plena faena con la masa a ver si cuela y la gente piensa que pasó por allí. Igualmente es muy habitual tirar de famosos que han pasado por el local para atraer turistas.

El cartel de celebrities más impactante lo encontré un poquito más lejos, en Capri.

En la pizzeria Da Michele, la más antigua de Nápoles también buena, barata y a tope, Julia Roberts rodó una escena del psicodrama de aprendizaje vital, Come, reza, ama.

En Starita son rápidos y el precio resulta muy económico. Eso es habitual en las pizzerias de prestigio, como la de Gino Sorbillo, en la céntrica Via Tribunali. Dos pizzas, dos aguas, con cubierto incluido sale por 19 euros. La margherita cuesta 5 euros.

A diferencia de Starita, Sorbillo es pequeña. Y muy deseada.

La cola puede ser de media hora o de más de una hora, como me pasó a mi, en pleno agosto. ¿Valía la pena la espera? Hombre, si te cuentan que sus pizzas son para muchos las mejores de Nápoles, ¡cómo no la vas a hacer! Paciencia de turista.

Cuando te vas acercando tienes la distracción de ver cómo entran y salen los pedidos en el horno de leña mientras los eficientes camareros colocan a la clientela, que llega a la mesa con la sonrisa de haber conseguido la cima del Everest. la carta es amplia.

El placer dura poco rato, porque sirven deprisa y se come con hambre, pero realmente las pizzas son muy buenas. Enormes y elaboradas con tomates y harina ecológicos.

Los tomates, esos geniales pomodori, son uno de los mejores recuerdos que me llevo del sur de Italia.  La decoración no es especialmente bonita, pero eso sí, no falta el árbol genealógico que marque el adn napolitano.

En la misma Via Tribunali están los Di Matteo, otra familia tradicional dedicada al pizzerío. 

 

No muy lejos de allí, junto a la bella y popular plaza de Santa Chiara, comí uno de los platos que no se pueden dejar de probar en Nápoles, los spaghetti alle vongole, o sea con almejas.

Fue una cena relajada y sencilla en La Taverna di Santa Chiara, un local de aquellos que te hacen sentir que estás comiendo lo que realmente genera la Campania. De hecho, cuentan que sus productos provienen de agricultores locales que trabajan dentro de las reglas del slow food. También probé sus scaloppine al limón. Todo muy bien elaborado y el servicio casi familiar. Si la cena la tomas después de haber visto el claustro de Santa Chiara, con sus alucinantes bancos llenos de azulejos, el placer es doble. 

Para acabar, el puerto de Santa Lucía. Lugar de encuentro de viajeros a la búsqueda de restaurante que sirven pescado local, puede ser una cena estupenda si previamente se ha realizado una passeggiata por todo el paseo marítimo napolitano contemplando la puesta de sol con el Vesubio al fondo.

Elegí un restaurante lleno de gente del país (en Nápoles siempre es una garantía) y efectivamente, el producto era excelente.

Tomé risotto ai frutti di mare y pescado variado del día. La presentación, tradicional, con un toque hotel turístico en el plato de pescado, pero que le vamos a hacer. El sabor y las vistas lo valen. 

No me puedo despedir sin poneros unas cuantas imágenes de la pasión por el limón que existe en Nápoles, pero sobre todo en la costa amalfitana. Todo lo lleva. Y es un gran negocio también. 

 

 

 

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