Culture

Josep Carreras: «De pequeño me llamaban Rigoletto»


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Crónica de la presentación de la biografia del tenor en Barcelona

Josep Carreras me dedicó el jueves un ejemplar de la biografía que le ha transcrito ágilmente Màrius Carol y en lugar de poner 2011 bajo la rúbrica escribió un espléndido 2001 que me ha hecho sonreir. ¿En qué estaría pensando el gran tenor para garabatear una fecha tan emblemática, el año en que muchos opinan que entramos de cabeza en el siglo XXI? Abro el libro y mira por donde me encuentro con una gran foto de Carreras protagonizando Samson et Dalila en el Liceu, precisamente en el 2001. El Liceu. El gran teatro con el que soñaba cuando era pequeño, y donde consiguió entrar para escuchar desde el quinto piso la primera ópera de su vida con ocho o nueve años gracias a los contactos de su padre, que de maestro republicano pasó a ser guardia urbano por obra y desgracia del franquismo. Y también el teatro que simboliza su casa, y a donde quería volver cuando superó la enfermedad que le hizo vivir «una pesadilla poco menos que interminable».

Seguramente la errata no fue más que un lapsus fruto de la situación (todo el auditorio de Plaza & Janés en Barcelona estaba lleno a rebosar de amigos y familiares). No debe ser fácil para alguien respetuoso con su intimidad al máximo abrirse al mundo, aunque lo ha hecho conscientemente: «Tenía ganas de explicarme, de dar a conocer cómo pienso», dice y asegura que Carol era el interlocutor ideal: «Los dos somos barceloneses, él del Poble Nou y yo de Sants y tenemos aficiones comunes».

De hecho, hacer un estriptis mental con el periodista le vino rodado ya que ambos iniciaron su primera conversación cara a cara en una situación bastante íntima, el día en que se encontraron en el sastre mientras les tomaban las medidas para un traje. Y la pasión por el Barça los terminó de unir. Carreras tenía un póster de Kubala en su habitación cuando era un niño, y confiesa que le hizo tanta ilusión entrar en el Nou Camp por primera vez como en el Liceu, donde debutó con 11 añitos cantando Rigoletto. De hecho, ya en la escuela los niños lo llamaban así porque entonaba La donna è mobile por los rincones.

 

Se le despertó la afición viendo un film sobre el gran Caruso y desde entonces hasta hoy acumula un montón de anécdotas e historias que Carol recoge de manera entretenida, pero también intensa. Desde el día en que rehusó el Rolls Royce azul que un patrocinador le regaló (su hijo le dijo que aquello no encajaba en sus vidas) a la noche en que  en plena actuación recogió «con dos deditos» un pendiente caído en el canalillo de la Caballé («es como una hermana mayor, siempre creyó en mí, y junto con la Callas son las dos sopranos más grandes de la Historia») sin olvidar los momentos más dolorosos de su vida, los años de lucha contra la leucemia. Carreras se mantenía distraído gracias al concierto para piano y orquesta número 2 de Rachmaninov «que me daba fuerza». Y cuando sufría las largas sesiones de radioterapia cantaba mentalmente óperas para saber cuántos minutos pasaban …

Una dura experiencia que todavía le ha hecho ganar más la estimación de un público que lo adora  tanto en solitario como cuando participaba en los populares conciertos los tres tenores. «Luciano me llamó un día a las tres de la madrugada a su habitación del hotel y yo fui muy asustado pero me encontré con que quería que probara un salami que le acababa de llegar!», relata el tenor del exuberante Pavarotti, que se montaba una cocina allà donde se alojaba, se hacía traer comida de Italia y «siempre nos ganaba al póquer».

Recuerda también como en Barcelona, cuatro meses después de haber vuelto de hacerse el trasplante de médula en Seattle, una noche se presentó de incógnito en el Liceu para ver cantar a Plácido Domingo y éste lo sacó al escenario por sorpresa: «Dijo algo así como que yo era una de las glorias de España y  me sentí un poco como el Cid Campeador «. Hijo del barrio de Sants, sigue siendo fiel a los amigos de siempre (los ve una vez al mes en el mismo bar) y ha sido vecino de Núria Feliu: «Nuestros respectivos padres salían juntos antes de que naciéramos», recordaba. Carreras, un hombre universal, cuenta que siempre ha querido seguir siendo aquel chico de barrio, no perder los orígenes, ni la identidad. Después de conseguir el aplauso cálido del auditorio, firmará un montón de libros y yo me llevaré a casa un ejemplar único, con una errata curiosa que ya lo convierte en una joya de coleccionista.

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