Culture, Fashion

Hubert de Givenchy, el diseñador que creó a Audrey


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La trayectoria de Hubert de Givenchy, el diseñador que creó un icono: Audrey Hepburn

 

Estas fiestas todavía tenéis tiempo para pasaros por el museo Thyssen de Madrid y recorrer la retrospectiva de la obra de Hubert de Givenchy, el creador del mito estilístico de Audrey Hepburn.

Diseñar un vestido para el plano secuencia con el que Audrey Hepburn abría Desayuno con diamantes era todo un reto. Hubert de Givenchy debía captar un momento de glamour matinal con la actriz caminando no de cara si no de espaldas hacia Tiffany. Por eso su vestido negro (el color ideal para una call girl, ya que lo puede combinar con diferentes complementos para conseguir que parezca uno nuevo cada noche) era largo y estaba más trabajado por la parte posterior que por la delantera. El potente collar de perlas, que cae por la espalda, redondeaba el efecto. El modisto acababa de crear un mito de estilo al sofisticar el práctico y exitoso Little Black Dress de Chanel. Ya es curioso porque Givenchy había trabajado en la tienda de Londres de Elsa Schiaparelli (antagonista de Chanel) y su obra muestra claras influencias del gusto de la creadora por el surrealismo y la excentricidad siempre elegante. Un detalle: El impacto que causaron a inicios de los 60 los limones bordados que decoran un vestido de tul en blanco creado para la entonces pequeña hija de Grace Kelly, Carolina de Mónaco. La carrera de Givenchy demuestra que elegancia y atrevimiento pueden darse la mano.

El diseño de la pequeña princesita y el que convirtió a Audrey Hepburn en un icono se pueden ver ahora, hasta el 18 de enero, en el museo Thyssen de Madrid en la más completa retrospectiva que se ha hecho del diseñador. Es un recorrido, supervisado por el mismo modisto, para las piezas que han marcado su trayectoria sin seguir ningún orden cronológico, «tan sólo el de mostrar grandes momentos de belleza», apunta su comisario Eloy Martínez de la Pera.

El nombre de Hubert de Givenchy estará para siempre asociado al de Audrey Hepburn desde el día en que la Paramount le dijo que el visitaría en su estudio la señorita Hepburn y él pensó que sería Katherine. En 1953 descubrió una chica delgada, aniñada, con mucha gracia natural y la vistió de gran dama para protagonizar Sabrina. Fue Audrey quién pidió a Billy Wilder poder lucir «a real Paris dress» en el filme cuando su personaje regresa a casa totalmente refinada después de su paso por la capital de la moda. La enviaron a Balenciaga pero el maestro estaba tan ocupado que la remitió a Givenchy, también muy atareado terminando su colección. Hubo flechazo. La combinación de talento creativo y modelo angelical fue tan brillante que los catapultó a los dos a la fama y establecieron una relación laboral y de amistad de por vida. Sin embargo en la muestra no encontramos ningún traje de aquel mítico filme, aunque recibió un Oscar al vestuario, porque a Givenchy no le gustó que fuera la figurinista de la Paramount que firmaba el armario del film y aparecía en los créditos, la gran Edith Head, quien recogiera el premio.
Junto a otras piezas de la vida personal de la actriz de talla ínfima (contaba José Luis de Vilallonga que en casa de Audrey y Mel Ferrer los invitados casi no comían porque él era un tacaño y ella siempre estaba a dieta) encontramos el traje negro que llevaba en Como robar un millón y … . El vestido y también el antifaz de encaje que completa el look de ladrona. La actriz le pidió encarecidamente al modista que le hiciera un antifaz para dar credibilidad al personaje, pero a Givenchy le horrorizaba la idea. Finalmente, lo creó, pero lo dotó de un glamur de chantilly irresistible.
Es fácil ver la influencia de su admirado Balenciaga en los cortes del maestro, nacido en Beauvais (Picardía) en 1927, localidad famosa por sus tapices. Impresiona su abrigo de 1972 que une diferentes piezas sin forro que la trame en la parte trasera.
 Alta costura con apariencia sencilla, la antítesis del barroquismo aunque a Givenchy también le gustaba mucho vestir sus diseños. De hecho, una de sus grandes inspiraciones fue la obra de Zurbarán, el pintor austero que sentía pasión por los tejidos y para embellecer sus santas con tiaras y brazaletes.
Con un abuelo coleccionista de vestidos antiguos que le transmitió el amor por las cosas bellas, Givenchy estudió con Jacques Fath y Lucien Lelong y abrió su maison en 1952. Ya desde el primer momento se deja ver un cierto espíritu transgresor en su prêt-à-porter de lujo. La blusa Bettina es todo un ejemplo de naturalidad en la sofisticación: Mangas de flamenca increíbles y a la vez confeccionada en un material tan sencillo como el lino.
Al creador le entusiasma combinar tejidos y revalorizar materiales cotidianos como el plástico, los cordeles o cristalitos. Aún así su estilo no resulta despampanante, sino atemporal.
Sorprende encontrarse vestidos de gala adornados con materiales sencillos que sólo desvelan su identidad si los miras muy de cerca. Un juego de colores y materiales que le ayudan a acercar la moda a la vanguardia pictórica. Givenchy, gran coleccionista de obras de autores ocmo Picasso, Delaunay y Rotko homenajea a sus creadores preferidos. En la muestra conviven sus obras con cuadros que tienen mucho que ver en su inspiración. Por ejemplo, la colorista americana elaborada con tejidos diferentes al modo de patchwork convive con Woman with parasol (1913, Delaunay) y el traje que emula una gran explosivo de luz gracias a trocitos de plástico blanco lo hace con 33 chicas salen a cazar mariposas blancas, de Max Ernst.
También encontraremos muchas flores, ya que el maestro es un apasionado por los bodegones florales del siglo XVII-XVIII. Y floral era el vestido Givenchy que Jackie Kennedy lució el verano del 1961, en la visita oficial de JFK a la Francia del general De Gaulle, a quién cautivó. Obligada como estaba a lucir ropa de firma norteamericana pidió a la embajada de su país poder saltarse las normas por una vez para poder engalanarse con un diseño parisino (una decisión del estilo de la que tomó Audrey en Sabrina). El permiso llegó en el último minuto y la primera dama eligió el conjunto de satén que ya ha pasado a la historia de la moda. La exposición nos lo muestra junto a un abrigo rosa muy sesentero: “La vestíamos como era ella, con diseños sencillos, frescos, elegantes y modernos», contaba el creador.

Otra mujer de fama global que confió en la aguja de Givenchy fue Wallis Simpson. La exposición muestra piezas tan emblemáticas como el abrigo negro que llevó en el entierro de su marido, el hombre que renunció al trono de Inglaterra.

Son piezas dotadas de intemporalidad clásica, pero el modista también supo estar en su siglo: En 1977 introdujo modelos asiáticas en los desfiles y en 1986 hizo una sólo con afroamericanas.

Vemos vestidos de gran modernidad como el atrevido diseño negro de fiesta pensado para la modelo Jerry Hall. De la Pera destaca la gran implicación del creador con la exposición. «Le pedí que nos hiciera bocetos de los diseños expuestos y los hizo de memoria y en muy poco tiempo», explica. Además, el material que se vende en la tienda (catálogo, espejuelos, pañuelos y paraguas) lo ha supervisado personalmente.

El diseño de Jerry Hall

Una de las salas más impactantes es la que enfrenta una serie de vestidos negros con otros etéreos, nupciales. «He querido representar los demonios y los ángeles», comenta el comisario, especialmente enamorado del vestido de novia en tul rosa lleno de lacitos infantiles, «de apariencia sencilla pero cargado de emotividad». Es la pieza con la que terminó su último desfile en el hotel Crillon de París en 1995, momentos antes de que Givenchy hiciera salir a quién consideraba auténticas artífices de su éxito, las costureras del taller. No faltó ninguna de sus clientes de todo el mundo. Todas lloraban.

 

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